La cosmética forma parte de nuestras vidas, ya sea de la forma más cotidiana como una pasta de dientes, o un gel de ducha o de la más sofisticada como una cura de belleza o un serum antiarrugas. El caso es, que nuestro organismo está expuesto a cosméticos numerosas veces al día. Y es por eso es importante saber a que clase de sustancias nos exponemos diariamente.

Lamentablemente la industria de la cosmetica utiliza sustancias muy venenosas y tóxicas que perjudican seriamente nuestra salud. Sustancias como parabenen (que actuan como estrógenos), aluminio (que está directamente relacionado con el alzheimer o cancer de mama) o deribados del petróleo (relacionados con el cancer) entre otros. Por eso la cosmética natural es la mejor elección.

El problema es que no hay ninguna norma o ley que especifique qué productos cosméticos pueden considerarse naturales y cuáles son los criterios a tener en cuenta. El Reglamento Europeo que regula la producción agraria ecológica sólo se refiere a productos alimentarios y deja fuera a cualquier proceso que, aunque utilice materias primas procedentes de la agricultura o la ganadería, no tenga como objetivo la producción de alimentos. Por tanto cualquier fabricante puede anunciar su cosmética como natural sin ningún tipo de control.

En el mercado europeo encontramos numerosos cosméticos calificados como naturales aunque frecuentemente contienen ingredientes que no son naturales. Ante la ausencia de legislación, los fabricantes de cosméticos se someten a los criterios de empresas privadas de certificación, que garantizan el carácter natural o ecológico de los cosméticos. Cada organismo certificador tiene sus propios criterios de exigencia para los productos cosméticos. Todas estas empresas privadas dejan un porcentaje de margen que varía entre el 5% y 20% de sustancias no naturales, es decir que la cosmética natural sigue conteniendo sustancias nocivas como conservantes entre otros.

Por todo eso al descubir RINGANA, sentí la necesidad de compartirlo.

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